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dom

03

nov

2013

El misterioso placer de cocinar

Hay una satisfacción intrínseca en cocinar… a veces sale bien, a veces no tanto, pero el poder ser capaces de manipular ingredientes frescos (a veces no tanto como uno quisiera) y crear obras maestras que requieren de las herramientas para su degustación (cubiertos, vajilla, copas) regala sensaciones que rayan en el éxito, la felicidad por el trabajo bien cumplido, el placer de saberse ganador.

 

Cada receta es un reto: cada vez que con el cuchillo se inicia el proceso de picar, rebanar, filetear, siempre se corre el riesgo de que nos vayamos a cortar. O bien, que algún detalle mínimo durante el proceso afecte negativamente la preparación. Por ello, es preciso mantener nuestra capacidad de asombro y seguir maravillándonos con un plato rico y bien servido.

 

El placer no sólo al cocinar, sino también al degustar es a veces tan profundo, que podemos llegar a las lágrimas o a las risas cuando entra en contacto nuestro paladar y nuestra lengua un bocado celestial. Pocas son las sensaciones que se le pueden equiparar, tal como visualmente se describe excelsamente en Ratatouille con la transportación casi inverosímil del crítico a la mesa de la comida materna.

 

Placentero también es cuando una preparación que hiciste con tus manos en conjunción con tus habilidades y tu inteligencia te vincula con el espíritu de otros seres que, dichosos, disfrutan cucharada a cucharada los sabores y los amores que agregaste a tu receta.

Claro está que existen cocineras y cocineros que se las ingenian como pueden para pasar la prueba diaria de alimentar, ya sea a la familia, compañeros, amigos o clientes, siendo la cocina el sitio más incómodo y estresante en el que tienen que estar.

 

Pero existen otros –y esto muchos lo agradecemos- que ven a la cocina como el santuario donde sucede el milagro de la transfiguración de los alimentos en manjares.

Por eso se suele decir que el cocinar no es sólo un oficio, es una profesión. Es una vocación, una misión. Es un camino que implica sacrificios. No es sólo una habilidad, es un don.

 

Va desde aquí un profundo agradecimiento a quienes ponen a nuestros servicios ese don, que nos regalan sus creaciones para disfrutarlas, apreciarlas y valorarlas con los sentidos. Gracias por ese bendito placer.

 

 

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vie

01

feb

2013

Los 400 pesos más caros que he pagado

Cuando hace dos años me trajeron la cuenta en Chilis de Andares, me quedé boquiabierta. ¿Será que fue hace muchísimo cuando fuimos a comer ahí que ya se me olvidó cuánto cuesta una hamburguesa, unos nuguets de pollo agripicantes, una microsopita de pollo con tallarines, con dos bebidas y un café? ¡Cielos!, y eso que no bebimos ni cerveza ni vino ni entradas…

Lo peor es que el servicio dejó mucho qué desear. Cuando entramos nadie nos recibió, nadie nos saludó, nadie nos acompañó a sentarnos y nadie nos llevó el menú. Incluso le pregunté a una mesera si nos podíamos sentar en una mesa que estaba sucia y casi me ignora, pues estaba en la computadora levantando una comanda. Luego decidimos cambiarnos de mesa y le dije que nos íbamos a mudar y ni siquiera me volteó a ver…

Un rato pasó (ese lapso de tiempo en el que estás a punto de irte a otro lado) y por fortuna nos divisó un joven que andaba en el bar. Con cara de preocupación nos dijo: ¿no les han traído el menú? “No”, le dijimos, “ni nos han traído la silla para sentar a mi hija”. Y muy amablemente nos atendió con una sonrisa y detalles que se agradecen.

Tampoco la comida nos trató bien. Después de ordenar la sopita para la pequeñita de 2 años y los nuguets para mi esposo, los ojos de todos estaban puestos en mí. Como siempre, leyendo hasta los puntos y las comas de la carta para ordenar alguna novedad o simplemente un antojo. Este proceso es lento porque con frecuencia atestiguo el tradicional debate entre mi cabeza y mi paladar: ¿algo nuevo, algo típico o lo de siempre?, ¿fajitas de arrachera, salmón, pasta o ensalada?

Como soy fan del aguacate, aunque sus calorías "hacen engordar". Desde que mi ginecóloga me lo recomendó por ser una “excelente grasa vegetal, de bajo índice glicémico”, ideal para el embarazo, es uno de mis ingredientes favoritos. Ordené entonces la “nueva” hamburguesa Avocado Burger que prometía tener aguacate, cebolla morada, queso suizo y un aderezo de aguacate ranch.

Mala decisión. El delicioso bocado que me imaginaba quedó opacado por una cebolla demasiado intensa y una ausencia de aguacate. Ni siquiera el aderezo aportaba sabor. ¿Qué pasó? Claro, tuve que asomarme y al retirar el telón del bollo ajonjoleado me di cuenta que ¡el aguacate estaba en un solo lado de mi hamburguesa y sin rebanar!

Bueno, el bodoque de aguacate era tan... ¿cómo decirlo?… aconchado, ancho y alto, que el tratar de atraparlo entre el pan y mi carne era todo un reto. Para qué les platico la escena del aguacate resbalándose hacia el plato y la antojadiza de mí persiguiéndolo para que regresara a su lugar.

La solución -y al mismo tiempo mi sugerencia- es que sirvan el aguacate fileteado y que lo repartan con maestría en toda la hamburguesa. Sé que esto implica un poco más de trabajo que sólo cortar un pedazo y ponerlo tal cual, tapándolo con un bollo, pero así como lo sirvieron definitivamente no se disfruta. Una vez partido y acomodado, la segunda mitad de mi hamburguesa ya me supo a mi verdura-fruta preferida. Aún así, no lo volvería a pedir.

Después de pagar 400 pesos de la cuenta y de sobarme el codo, reflexioné. Me di cuenta que esa cantidad la he pagado con gusto y placer incontables veces cuando la experiencia que he recibido es grata y memorable. La idea de comer en restaurantes trae implícito el disfrute de momentos sabrosos, probar ricuras, compartir una buena plática y mucho más. Pero cuando te quedas con un mal sabor de boca;  cuando te sientes engañado por un menú confuso; cuando tus expectativas ni remotamente se cumplieron; cuando no te reciben ni atienden con cortesía y respeto, o cuando te la pensarías dos veces para volver, es cuando el precio se nota y duele, aunque sean 400 pesos. Espero decidir mejor la próxima vez.

 

¿Te ha dolido el codo al pagar en un restaurante porque sientes que recibiste menos de lo que esperabas?

 

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